Poema ateo en prosa

Aquel hombre, el hombre que ha reído por todos nosotros había aprendido a llorar, un día se preguntó ¿Entonces soy solo fuego de lo ignífugo? Habían pasado mil años desde que formuló la pregunta hasta que obtuvo su respuesta. Su hijo imaginado le respondió: No somos más que títeres con sus cuerdas manejadas desde abajo. Después de su encuentro con su no existencia, no volvimos a ser los mismos.